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Guerra Naval en el Mediterráneo oriental: De 1956 a la Guerra de Gaza

  • Lino Camprubí

    Profesor de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Sevilla y director del proyecto ERC-CoG DEEPMED, en el cual investigadores de distintas especialidades y nacionalidades estudian cómo en los últimos 150 años, científicos, ingenieros y militares se han esforzado por conocer y controlar las profundidades del Mediterráneo y las enormes consecuencias geopolíticas, económicas y ambientales de este proceso. Es, también, miembro de la Academia Joven de España.

La escalada del conflicto palestino-israelí está llenando el Mediterráneo y el Mar Rojo de barcos de guerra. A finales de octubre se calcula que están en la zona al menos 20 unidades navales estadounidenses, incluyendo 2 portaaviones, 6 buques de guerra chinos, y al menos 5 rusos, a los que habría que sumar las importantes flotas de los países de la región. Es difícil saber a ciencia cierta cuántos submarinos han sido enviados a la región, pero la situación recuerda a 1970, cuando el Mediterráneo oriental registró la que sin duda fue la mayor concentración de submarinos por metro cúbico de la historia.

En estas condiciones, es útil echar la vista atrás. Dicen que la Historia ayuda a no repetir los errores del pasado. Suele ser falso. Pero sí sirve para entender mejor de dónde vienen algunas de las configuraciones y escenarios del presente, e incluso para tratar de vislumbrar posibles cursos de acción en el futuro inmediato.

La importancia estratégica del Canal de Suez

Lo primero que nos recuerdan los conflictos navales del Mediterráneo en la segunda mitad del siglo XX es la importancia del canal de Suez. Efectivamente, en plena ola descolonizadora, el presidente nacionalista egipcio Nasser decidió tomar el control de un paso abierto por los franceses en 1860 y mantenido bajo dominio inglés desde finales del siglo XIX. La ruta que conectaba las posesiones británicas en Oriente Próximo e India con Gran Bretaña por Suez convirtió al Mediterráneo en la mayor línea comercial del mundo, protegida por los enclaves de Chipre, Malta y Gibraltar.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los imperios francés e inglés vieron mermadas muchas de sus posiciones en todo el mundo, y también en el Mediterráneo. La hegemonía militar y comercial de Estados Unidos llevó a la Sexta Flota a considerar a este mar “un lago americano” y a confiar entre más de un 20% del comercio global de crudo al Canal de Suez.

En 1956, la nacionalización del canal por Nasser llevó a Egipto al conflicto bélico con Israel, Gran Bretaña y EEUU; y al cierre del canal durante un año. 10 años después, la Guerra de los Seis Días que enfrentó a Israel con Egipto, Jordania y Siria, también puso al Canal en la picota: permaneció cerrado desde 1967 hasta 1975.

Hoy, el 12% del comercio mundial pasa por el canal. Un ejemplo de las consecuencias que tendría su cierre nos la da la crisis del Ever Given, el portacontenedores que obstruyó el paso durante seis días en 2021, añadiendo presión a una línea de suministros muy mermada por los efectos de los cierres en plena pandemia.

Objetivo: disuasión.

Otra lección que obtenemos de mirar al Mediterráneo durante la Guerra Fría es que la presencia de buques navales no necesariamente anuncia la inminencia de la guerra. A menudo, el objetivo es la disuasión. La crisis de los misiles de Cuba de 1962 fue sin duda el episodio que más acercó a los dos gigantes a enzarzarse en una guerra nuclear. Para rebajar la tensión, Jrushchov accedió a sacar los misiles soviéticos de Cuba a cambio de que Kennedy quitara las cabezas nucleares estadounidenses de Turquía. El papel de esas bases lo pasaron a cumplir submarinos Polaris destinados al Mediterráneo oriental y con capacidad para alcanzar posiciones rusas.

Para que el papel disuasorio de estos submarinos de propulsión nuclear y armados con ojivas nucleares funcionara, el factor sorpresa era clave. Si el enemigo averiguaba por dónde podrían emerger, podrían neutralizarlos antes de lanzar sus misiles. La guerra submarina se parece al escondite. En las décadas de los 60 y 70, la disuasión nuclear en el Mediterráneo dependía de un juego frenético en el que rusos y norteamericanos trataban de marcarse mutuamente y escabullirse uno del otro.

En 1959 el capitán ruso Valentín Kozlov asumió el encargo de llevar el C-360 hasta Gibraltar desde la base soviética de Vlora, Albania. Navegaban sumergidos para evitar ser detectados. En el camino de vuelta, Kozlov se topó con el USS Des Moines en el golfo de Túnez y decidió simular un ataque como entrenamiento, que detuvo cuando su submarino fue detectado y cazado hasta la base de Vlora. Poco después trascendió la noticia de que el presidente Eisenhower estaba a bordo del Des Moines en su viaje de Atenas a Túnez. En el juego del ratón y el gato, cualquier error podría haber llevado al desastre.

Para que la disuasión no condujera a la escalada, por ejemplo, por colisiones involuntarias en un mar masificado, la detección acústica era clave. Las armadas de varios países invirtieron mucho esfuerzo y dinero en comprender las condiciones acústicas del Mediterráneo. Paradójicamente, gran parte del conocimiento del medioambiente marino (y terrestre) se lo debemos a la Guerra Fría.

El Mediterráneo submarino

La novela Mare nostrum que Blasco Ibáñez escribió en 1917 llamaba a España a unirse a la Gran Guerra contra Alemania. Acusaba a Alemania de haber pervertido la esencia milenaria del rudo Mediterráneo marinero con la introducción de sibilinos submarinos que cambiaban la lucha a pecho descubierto por la traición sorpresiva. La Segunda Guerra Mundial le daría la razón en algo: la guerra submarina había cambiado la estrategia militar en el Mediterráneo.

Tras los picos de la Guerra Fría, hubo un receso. En tiempos de paz, muchos de los datos desclasificados del Mediterráneo submarino pasaron a manos de oceanógrafos y ambientalistas civiles. Pero el siglo XXI trajo de nuevo la guerra. Desde los inicios de la Guerra de Siria en 2011, la actividad ha sido mucho mayor de lo normal, incluyendo la base naval rusa en el puerto sirio de Tartús.

Tanto Rusia como Estados Unidos atacaron posiciones del DAESH con misiles lanzados desde submarinos. La Guerra entre Rusia y Ucrania aumentó la presión. Rusia, ahora más debilitada en el Mar Negro, usó sus submarinos clase Kilo para atacar posiciones ucranianas de forma segura. Aunque el estrecho del Bósforo impide el acceso de embarcaciones bélicas sin permiso de Turquía, el Mediterráneo oriental se llenó de naves de apoyo.

En el caso del actual conflicto palestino-israelí el Mediterráneo oriental es campo de batalla directo. El ataque de Hamas a Israel el 7 de octubre tuvo una componente marítima (si bien rápidamente abortada por el ejército israelí), y la posibilidad de un ataque anfibio israelí para apoyar la ofensiva terrestre a Gaza sigue abierta.

Pero el mar adquiriría verdadera importancia en un conflicto regional. Los actuales movimientos de navíos estadounidenses, rusos y de otros países buscan preparar (y disuadir) una posible escalada hacia el Líbano o Irán, que podría arrastrar a otros actores regionales como Qatar o incluso Turquía (aliada de la OTAN pero más cercana a Palestina que a Israel). Los combatientes en la Franja de Gaza y los alrededores miden sus pasos sin perder de vista los movimientos de los buques cerca de la orilla.

Lino Camprubí es profesor de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Sevilla y director del proyecto ERC-CoG DEEPMED. Es miembro de la Academia Jóven de España.
  • Lino Camprubí

    Profesor de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Sevilla y director del proyecto ERC-CoG DEEPMED, en el cual investigadores de distintas especialidades y nacionalidades estudian cómo en los últimos 150 años, científicos, ingenieros y militares se han esforzado por conocer y controlar las profundidades del Mediterráneo y las enormes consecuencias geopolíticas, económicas y ambientales de este proceso. Es, también, miembro de la Academia Joven de España.

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