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La emoción, una moneda de doble cara para los traductores 

  • Ana María Rojo López

    Es Profesora Catedrática de Universidad en el departamento de Traducción e Interpretación en la Universidad de Murcia, donde actualmente ocupa el cargo de subdirectora de la Escuela Internacional de Doctorado. Es la Investigadora Principal del Grupo de Investigación Traducción, Didáctica y Cognición (E0B6-02). Entre los puestos que ha desempeñado se incluyen: Profesora de Español en la Universidad Metropolitana de Manchester (1990-93), Investigadora invitada en la Universidad de Salford (1996), en la Universidad de Mainz (1997), en la Universidad de East Anglia (2013) y en el London College (2014).

Las emociones muestran la cara más humana de la traducción y ponen al descubierto las debilidades de la traducción automática. La traducción es uno de los servicios más diversificados y demandados a nivel mundial. Como en cualquier oficio, su calidad se mide en función de la satisfacción del consumidor con los productos ofertados, que incluyen, entre otros, la traducción de novelas o de textos especializados, el doblaje o la subtitulación de productos audiovisuales, la interpretación, la localización de videojuegos, la posedición de traducciones automáticas, la audiodescripción de imágenes para invidentes o incluso la creación de contenidos en otras lenguas.

El nivel de satisfacción del consumidor depende, en gran medida, de la habilidad del traductor para garantizar la eficiencia de su servicio y para sintonizar a nivel cognitivo y emocional tanto con el estilo y el contenido del texto original como con el estilo y el receptor de la traducción. 

Las emociones desempeñan un papel clave en este proceso, pues distinguen al traductor humano del automático y lo hacen más creativo y eficaz. Pero también tienen una cara oscura. Metafóricamente hablando, son una moneda de doble cara que puede facilitar o impedir el rendimiento del traductor y el disfrute del consumidor. Las emociones influyen en nuestro estado de ánimo y en cómo procesamos la información y dirigimos nuestra atención, pero también hay factores individuales y contextuales que pueden modular sus efectos. Conocer de qué forma afectan las emociones al trabajo del traductor y a la recepción de sus traducciones puede ayudarle a optimizar su rendimiento y a plantar cara a la traducción automática, tan en boga en los últimos tiempos debido al ahorro de tiempo y dinero que proporciona. 

La cara negativa de las emociones 

Los plazos de entrega son el peor enemigo del traductor. Presionados por clientes que necesitan sus traducciones «para ayer», el trabajo a contrarreloj acaba pasando una elevada factura a nivel emocional que repercute en la calidad de la traducción. Los traductores autónomos que trabajan desde casa acusan los efectos de la presión temporal, pero también la soledad y la inseguridad de unos ingresos económicos inestables; los intérpretes sufren el estrés de trabajar «cara al público» con apenas tiempo para reaccionar o enmendar sus errores; aquellos que trabajan en hospitales, comisarías o contextos de asilo se ven afectados por el sufrimiento de las víctimas con las que trabajan.  

La presión temporal dificulta la traducción; los traductores se equivocan más y se sienten más ansiosos, aunque el esfuerzo cognitivo realizado mantiene a raya sus niveles de activación fisiológica: evitando, por ejemplo, el ascenso del ritmo cardíaco y del cortisol que acompaña a la ansiedad. Ciertos rasgos de la personalidad o una competencia deficiente en la lengua extranjera pueden potenciar los efectos negativos de la presión temporal. El exceso de confianza de un nivel de autoestima alto lleva a traducir más palabras, pero también a equivocarse más. Por su parte, los intérpretes comenten más errores y tienen menos fluidez cuando interpretan hacia la lengua extranjera que hacia la materna. 

La cara positiva de las emociones 

Sin embargo, las emociones pueden facilitar la labor del traductor. Las positivas, como la satisfacción ante el reconocimiento de un cliente, pueden conducir a traducciones más creativas, ampliando el alcance de la atención y la flexibilidad de pensamiento. Cuando las emociones positivas emanan del contenido del texto original promueven la implicación del traductor en la narrativa.  

Por otra parte, cuando su efecto no es demasiado intenso, las emociones negativas también pueden tener un efecto beneficioso, porque fomentan la capacidad de análisis y centran la atención. Una óptima gestión de la frustración ante un cliente poco satisfecho puede ayudar al traductor a enmendar sus errores.  

La congruencia de las creencias ideológicas del traductor con la ideología del texto que se traduce también puede ejercer un efecto positivo sobre su rendimiento, disminuyendo el tiempo empleado para llevar a cabo la traducción. Un traductor a favor de la independencia de Cataluña tarda menos en traducir un texto proindependentista que un antindependentista. Un traductor conservador tarda menos en traducir un texto en contra del aborto que uno a favor. 

Determinados elementos del entorno de trabajo, como el uso de una músicaambiental congruente con la emoción del texto original, pueden fomentar la implicación narrativa y favorecer la creatividad. Si el traductor acostumbra a escuchar música mientras traduce, será más recomendable utilizar una música triste para traducir un texto triste. El lenguaje empleado también importa. La audiodescripción de una escena emotiva tiene un impacto menor cuando se elabora con un lenguaje objetivo y se locuta con una entonación neutra que cuando se emplea un lenguaje metafórico y una entonación marcada. 

La cara y la cruz de la profesión: humano vs. máquina 

La calidad de la traducción automática ha mejorado a pasos agigantados en los últimos años gracias a los avances de la inteligencia artificial. Su impacto en la rapidez y eficiencia de los servicios de traducción ha puesto sobre la mesa el debate acerca de la supervivencia de la profesión. Pero ¿puede la inteligencia artificial en el momento actual superar a la traducción humana? Entre las fortalezas de la traducción automática se encuentra su potencial para producir un elevado volumen de traducciones en un tiempo récord; entre sus debilidades, los errores por fallos del algoritmo, las pérdidas contextuales y la ausencia de emociones. La resolución de los fallos técnicos y la alimentación del sistema con información contextual son una mera cuestión de tiempo, pero las emociones son el talón de Aquiles de la traducción automática y una de las herramientas más poderosas del traductor humano frente a los avances de la inteligencia artificial.  

Un traductor no puede traducir más ni más rápido que una máquina, pero sí puede traducir mejor los matices del contexto y del estilo del autor, producir una traducción más creativa y diferente a las demás e incluso conseguir un estilo más natural y adaptado al registro de sus receptores. Puede, en definitiva, elaborar una traducción que reproduzca las emociones del texto original y las transmita, con mayor eficacia, a los receptores de la traducción.  

Referencias 

Rojo López, A.M. (2017). The role of emotions. En Schweiter, J. y Ferreira, A. (Eds.), Handbook of Translation and Cognition. Hoboken: John Wiley & Sons, 369-385. https://doi.org/10.1002/9781119241485.ch20

Rojo López, A.M y Caldwell-Harris, C.L. (2023). Emotions in Cognitive Translation and Interpreting Studies. En Schweiter, J. y Ferreira, A. (Eds.), The Routledge Handbook of Translation, Interpreting and Bilingualism. Londres y Nueva York: Routledge 206-221. https://doi.org/10.4324/9781003109020-18

  • Ana María Rojo López

    Es Profesora Catedrática de Universidad en el departamento de Traducción e Interpretación en la Universidad de Murcia, donde actualmente ocupa el cargo de subdirectora de la Escuela Internacional de Doctorado. Es la Investigadora Principal del Grupo de Investigación Traducción, Didáctica y Cognición (E0B6-02). Entre los puestos que ha desempeñado se incluyen: Profesora de Español en la Universidad Metropolitana de Manchester (1990-93), Investigadora invitada en la Universidad de Salford (1996), en la Universidad de Mainz (1997), en la Universidad de East Anglia (2013) y en el London College (2014).

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